Lejos del mito de que los alemanes fueron los únicos en valerse de drogas en la Segunda Guerra Mundial, el caso británico o el norteamericano ilustra cuánto ha blanqueado el cine y la literatura este conflicto.

Los nazis fueron los primeros en investigar el uso de la anfetamina, «el speed», con finalidades militares y en emplearlo de forma masiva.

De hecho, la invasión de Polonia terminó convertida en un gran experimento de campo sobre su uso.

Esta sustancia psicoactiva, llamada pervitin, potenciaba la atención, suprimía el apetito y transmitía en general una prolongada sensación de bienestar.

De tal modo, que los soldados de la Luftwaffe y los conductores de los tanques de la Blitzkrieg parecían no cansarse nunca ni necesitar dormir o comer.

Pervitin, la droga de la Segunda Guerra Mundial

Flotaban sobre el campo de batalla. No obstante, la doctrina nazi, que consideraba cualquier sustancia psicoactiva como un veneno embriagador, supuso un escollo para el uso de la pervitin, que a finales de la guerra limitó algo su distribución.

No ocurrió así por parte de otros ejércitos como el británico o el finlandés, que alcanzaron una cantidad igual de extrema en el consumo de anfetamina.

Todo empezó cuando los británicos hallaron unas misteriosas pastillas en posesión de unos pilotos de la Luftwaffe abatidos durante los bombardeos a las islas.

El célebre fisiólogo Henry Dale se encargó de investigar su naturaleza y estudiar si podría imitarse sus efectos con fármacos británicos.

Mientras los nazis disminuían la distribución de «speed», las fuerzas armadas británicas aprobaron su uso como remedio contra la fatiga, sobre todo para los pilotos que debían realizar maratonianas jornadas de patrullas a lo largo del Atlántico.

A lo largo de todo el conflicto, las fuerzas británicas consumieron, según las cifras recogidas en el libro «Las drogas en la guerra», 72 millones de pastillas de bencedrina.

Sin tiempo de conocer los efectos nocivos de esta droga, Gran Bretaña recorrió a ella de forma masiva para la guerra en África.

Un testigo de los efectos de la anfetamina, Pauli Savinainen, observó que cuando una unidad de élite abría surcos en pista para hacerla esquiable, era recomendable que solo tomara pervitin el esquiador de cabeza, ante el riesgo de que algunos soldados drogados comenzaran una carrera por ver quién llegaba primero.

Tener soldados «colocados» entre sus filas planteaba serios problemas