El origen de la brújula no esta muy claro, aunque se sabe que en China se utilizaba 2.500 años antes de Cristo y hay quienes creen que fue Marco Polo quien la introdujo en Europa a finales del siglo XIII donde se popularizó y perfeccionó.

La antigua brújula de los chinos consistía en un trocito de caña que contenía una aguja magnética que se hacía flotar sobre el agua pero no siempre funcionaba, ya que para que indicara el norte magnético las aguas tenían que estar completamente calmadas, así que solo se podía utilizar colocándola en una vasija o en algún remanso de agua.

Aunque los chinos nunca utilizaron un imán para establecer el rumbo en la navegación, seguramente los árabes aprendieron de ellos, aunque nadie explicó la capacidad del magnetismo hasta el año 1180 cuando el sabio ingles Alexander Neckam con tan solo 23 años fue el primer europeo que hizo referencia a esa capacidad del magnetismo para señalar el norte magnético.

Pasado un tiempo la aguja se incorporó a una lámina con el dibujo de la rosa de los vientos, y al dispositivo se le dio el nombre de Brújula, siendo ya muy similar a las brújulas modernas que también incorporan los puntos cardinales en la base del soporte.

Aunque hoy en día se fabrican cientos de modelos, la mayoría tiene el mismo mecanismo que utilizaban las primeras brújulas, aunque ahora se fabrican con más precisión y en lugar de utilizarse agua, se usa el aceite para que la aguja flote.